«El mundo y todo lo que hay en él fue hecho para nosotros, y nosotros fuimos hechos para Dios. Durante los últimos miles de años, y especialmente desde el fin de la Edad Media, esta afirmación engreída y confiada fue una creencia cada vez más extendida, desde el emperador al esclavo, desde el Papa al párroco. La Tierra era un escenario profusamente decorado, diseñado por un director ingenioso pero inescrutable, que había logrado meter en él, sacándolo de sólo Él sabía de dónde, un reparto multitudinario de tucanes, gusanos, anguilas, ratones campestres, olmos, yaks, y muchas, muchas cosas más. Los puso a todos delante nuestro, con sus trajes de gala, a punto para el estreno. Eran nuestros y con ellos podíamos hacer lo que nos apeteciera: arrastrar cargas, tirar de nuestros arados, vigilar nuestras casas, producir leche para nuestros bebés, ofrecer su carne para nuestras mesas e impartirnos enseñanzas provechosas (las abejas, por ejemplo, nos hablaban de las virtudes del duro trabajo y también del valor de la monarquía hereditaria). Nadie sabe por qué pensó Dios que íbamos a necesitar centenares de especies diferentes de garrapatas y cucarachas, cuando con una o dos habría habido más que suficiente, ni por qué hay más especies de escarabajos que de cualquier otro tipo de ser en la Tierra. No importa; el efecto combinado de la pródiga diversidad de la vida sólo podía comprenderse presuponiendo un Hacedor, cuyas razones no podíamos llegar a entender del todo pero que había creado el escenario, el decorado y los actores secundarios en beneficio nuestro. Durante miles de años, prácticamente todo el mundo, tanto teólogos como científicos, consideraron que esta versión era emocional e intelectualmente satisfactoria.»

Cap III – Sombras de Antepasados Olvidados – Carl Sagan – Ann Druyan